miércoles, 1 de mayo de 2013

El Libro de los Ocasos


Cinco años han transcurrido desde que comencé este blog. Algo iniciado como una forma de llevarte mis versos, a tí, que me lees de vez en cuando. Una especie de manera de hablar y reflexionar sobre mí misma, de hacerme pensar y sentir; ojalá también de hacerte pensar y sentir, de hacerte reflexionar sobre tí mism@.

No sé si habrá cinco años más; aún tengo palabras en el tintero... y a veces con rabia y desesperación, y a veces con júbilo... seguiré acercándome a tí... si me dejas... si te acercas. Cuando te apetezca sumergirte... yo seguiré aquí, con la Luna reflejada en el rostro, al alivio de la noche, enterrada en los poemas, noctívaga, durante el silencio de los dormidos... susurrando, dispuesta a platicar, compartiendo una canción o una inquietud.

Gracias por leerme, es un placer tu compañía. Tu invisible compañía.

Este poema abandera El Libro de los Ocasos, mi segunda trilogía, que comprende Sin Noticias de la Carne, Las Especies y Después del Fuego.
Espero que lo disfrutes.




Los calores siempre han sido breves;
siempre han ocurrido
                como por ensueño.
Se me pasaron sin advertirlo,
                sin darme tiempo de gozo.

El Ocaso es mi tiempo,
una hora restringida y perecedera;
mi luz es cálida pero corta,
y sólo anuncia el final del día.

Mi tiempo,
que no es más que ese lapso leve,
como sangriento,
como condenado a la noche eterna.

Yo,
que no merezco la luz,
que no merezco el alba ni el resplandor del día.
Y como un ser medio mágico, medio maldito,
me arrastro de ocaso en ocaso,
gusano a la zaga de una claridad en pleno abismo.


Y ya gastada de ansiar,
noctíloca,
roja y muerta enloquecida de bombillas,
como un insecto en derredor de una llama helada,
entre fríos estelares
que ornamentan mi fingida historia.

El Ocaso es mi tiempo,
y un día de estos, ya sin drama,
me acostumbraré a la noche que nunca termina.


Kayele
(Después del Fuego)




Música: La Piedra Redonda (El Último de la Fila - Como la Cabeza al Sombrero, 1988)



Lo que tengo lo llevo conmigo
en esta absurda bolsa y en este absurdo cuerpo,
lo que quiero está siempre tan lejos
quizá al final de este absurdo camino.
A veces, cuando el sol se va,
tiñendo de violeta la esquina del mar
comprendo que nunca tuve nada
y que muy probablemente nunca lo tendré.

Uuuuh!... Sólo el beso de tu voz en el alma.
Uuuuh!... Y el perfume de tu cuerpo a mi alrededor.
Me siento tan solo, no sé en qué dirección correr
como un pájaro raro, que llegó al festín de los monos.

Llévame, aire del camino hasta donde nadie me pueda encontrar.
Llévame, aire tibio y azul y abandóname colgado de tu luz.
En tu luz brillante de cuchillo adivinaré la rosa y el clavel.
Llévame, aire del camino, hasta donde nadie me pueda encontrar.
A veces, cuando asoma el sol, llenando de diamantes la quietud del mar,
me doy cuenta de que siempre fue así; siempre estuve solo y siempre lo estaré.

Uuuuh!... Cuántas veces soñando despierto.
Uuuuh!... Creo verte entre la multitud.
En algún lugar alguien debería escribir
que este mundo no es más que una enorme piedra redonda.
Me siento tan solo, que no sé en qué dirección correr,
como un pájaro raro, que llegó al festín de los monos.

Llévame, aire del camino hasta donde nadie me pueda encontrar.
Llévame, aire tibio y azul y abandóname colgado de tu luz.
Y en tu luz brillante de cuchillo adivinaré la rosa y el clavel.
Llévanos, aire del camino, hasta donde nadie nos pueda encontrar.

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